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ACEPTA QUE HAY CIZAÑA EN TU CAMPO

 

Evangelio según s. Mateo (13, 24-42)

    En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”
    Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”.
    Los criados le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”
    Pero él les respondió: “No, que, al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

En el texto que nos propone la liturgia se narran tres parábolas. La primera es la de la cizaña, que tiene poco que ver con el grano de mostaza y la levadura. La cizaña nos habla de la inevitable convivencia del bien y del mal en la sociedad humana y en cada individuo. El grano de mostaza y la levadura muestran la grandeza del Reino, a pesar de su insignificancia aparente. El tema de lo pequeño es muy interesante, pero nos vamos a fijar solo en la cizaña porque no podemos profundizar en las tres. Jesús no habla del mal en general, sino del mal camuflado como bien en nuestro propio campo.

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mateo narra en el capítulo 13. Como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. Como todas las parábolas se trata de un relato anodino e inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas como buenos y malos. Mal entendida, puede dar pábulo a un maniqueísmo nefasto, que tergiversa el mensaje de Jesús. Bien y mal se encuentran inseparablemente unidos en cada uno de nosotros.

Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla en su campo. La cizaña tiene un origen muy distinto. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. La hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta coherente al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos de toda vida humana.

La vida arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de asegurar la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba sometido cualquier otro logro. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar hacia esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el ser humano tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se duerme un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada.

El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidar teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables errores en su intento por acertar en su caminar hacia la meta.

En el ser humano, el bien biológico individualista sería siempre bueno mientras no vaya contra el bien de los demás. Todo el esfuerzo que haga el ser humano por vivir mejor de lo que vive en una época determinada, sería estupendo si toda mejora alcanzara a todos los hombres, y no se consiguiera el bien de unos pocos a costa del mal de muchos. En el mundo que nos ha tocado vivir, podemos descubrir esa contradicción. El hombre, buscando su plenitud como individuo, arruina su plenitud como ser humano.

El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo: "dejadlos crecer juntos hasta la siega". Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el sembrado, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que contra toda lógica, el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible.

No les deja crecer juntos porque el señor se sienta generoso y perdone la vida a los malos. Tampoco se trata de tener paciencia, porque al final la justicia de Dios separará la cizaña del trigo. No, se trata de reconocer la condición humana y dejar abierta su posibilidad de crecer. El evangelio no secunda la primera lectura cuando dice que Dios es grande cuando perdona. Para Jesús, Dios no tiene nada que perdonar. Esta idea va en contra de todo lo que se nos ha enseñado durante siglos y nos va a costar mucho aceptarla tal como nos la trasmite el evangelio. Dios no puede premiar ni castigar "a posteriori", porque se ha dado a cada uno antes de que lleguemos a la existencia.

No la arranquéis, que podríais arrancar también el trigo. Aquí encontramos la profundidad del mensaje. La cizaña es una hierba muy parecida al trigo, y no se puede distinguir de él, hasta que no produce el fruto. Pero aunque se distinga perfectamente una de otra, al intentar arrancarla, se puede arrancar, sin querer, el trigo porque las raíces de ambas plantas están completamente entrelazadas, si tiras de la cizaña, el trigo puede ser arrancado. Pretender separarla mientras están creciendo puede arruinar la posibilidad de crecimiento del trigo y malograr la cosecha.

Aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Esta mezcla inextricable no es un defecto de fabricación, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario, se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si anularan nuestra posibilidad de fallar. No solo es absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo hecho de pensar que una persona se pueda considerar perfecta, es descabellado. Querer arrancar la cizaña es una tentación, que demuestra la falta de confianza en uno mismo.

También hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Una vez más, no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarlas como instrumento moralizante. En la explicación que el evangelio da de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la preocupación por el destino de los cristianos, con la intención de que el miedo al más allá nos haga mejores

Si a través de veinte siglos, la Iglesia hubiera hecho caso de esta parábola, ¡cuántos atropellos se hubieran evitado! Tanto en la doctrina como en moral, se ha perseguido al que discrepaba de la oficialidad, solo por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a los dirigentes. Se ha excomulgado, se ha desterrado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es patético, que a algunos de los que han sido sacrificados sin piedad, después se les haya declarado santos.

Aún tenemos pendiente un cambio en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar al diferente. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélica: "fuera de la Iglesia no hay salvación". Esta máxima (mínima) ha sido defendida por el último Catecismo de la Iglesia Católica.

 

Meditación-contemplación

Por mucho que nos empeñemos en impedirlo,
la cizaña y el trigo van a seguir creciendo juntos.
En la sociedad como personas más o menos buenas.
En cada uno de nosotros con nuestros aciertos y errores.
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Si descubres los fallos en los que tropiezas cada día,
estarás en condiciones de aceptar a los demás con los suyos.
El objetivo del cristiano no es alcanzar la perfección,
sino descubrir al otro como hermano entrañable.

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En contra de lo que se nos ha inculcado desde niños,
no son los fallos lo que te hacen inhumano.
La falta de comprensión y aceptación del otro con sus fallos,
es lo que te aleja de una pertenencia al Reino de Dios.

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NO INTENTES ARRANCAR LA CIZAÑA,
DEMUESTRA CON TU VIDA QUE, SER TRIGO, ES MÁS HUMANO.

 

    En el capítulo 13 de Mateo leemos hoy la parábola de la cizaña, encabezando una serie de seis que comienzan con la misma frase: “Se parece el Reino de los cielos...”

    Estos sencillos relatos intentan decir algo sobre el Reino de Dios, que es imposible decir de otra manera. Cuando tratamos de explicarlas, estamos diciendo lo que se puede decir de otra manera, por lo tanto, nunca podemos incluir en la explicación lo que las parábolas nos dicen de más.

    El punto de inflexión en la parábola de la cizaña está en la respuesta ilógica de dueño del campo: ¡Dejadlos crecer juntos! Lo sensato sería la propuesta de los  criados: arrancar la cizaña de inmediato para que no haga daño al trigo.

    No encontrarás una manera más sencilla y más profunda de acercarnos al problema del mal. Todas las disquisiciones filosóficas saltan hechas añicos ante esta simple visión tan próxima a la vida.

    Ni como individuos ni como institución; ni hacia dentro ni hacia fuera, hemos hecho puñetero caso de este evangelio. En todas las épocas, la norma ha sido la intolerancia, la intransigencia y la rigidez.

    Nos hemos creído autorizados para señalar quién era trigo y quién era cizaña. No hemos tenido ningún empacho en arrancar la cizaña y  echarla al fuego (incluso literalmente).

    En los textos del concilio de Trento, se dice expresamente: el objetivo de las excomuniones es arrancar la cizaña…

    El intento posterior de explicar la parábola quiere responder a la incoherencia que suponía para los primeros cristianos la presencia del Reino predicada por Jesús, y la realidad del mal, que continuaba en el mundo.

    Como hizo el domingo pasado con el sembrador, Mateo alegoriza también la parábola de la cizaña. En esa explicación, refleja el afán moralizante, al resaltar la suerte de los que son trigo y de los que son cizaña.

    Vamos a ser sinceros. La explicación que nos da Mateo no es más que un intento de salirse con la suya y negarse a aceptar las palabras de Jesús. Es como si dijera: “Sí, vamos a tener paciencia como nos pide el Maestro, pero debe quedar claro que al final, los malos serán quemados”.

    Ese afán de obligar a la gente a “portarse bien” con amenazas, ha sacado conclusiones equivocadas con relación al juicio final. La idea de un premio y un castigo para el más allá, es un mito que no se puede entender al pie de la letra como lo han entendido nuestros abuelos.

    Lo que Jesús nos dice sobre Dios, excluye absolutamente cualquier clase de represalia o castigo eterno. Nadie puede ser “quemado” del todo, porque nadie es radicalmente malo. Pero también, nadie puede ser tan bueno que no tenga algo que “quemar”.

    El fuego en el que nos mete el Dios de Jesús, no destruye, purifica; no consume, aquilata. Será consumido todo lo que de cizaña quede en nosotros; y será salvado todo lo que de trigo haya en cada uno de nosotros. Dicho de otra manera, permanecerá de nosotros sólo lo que haya de trigo.

    Jesús no pensó nunca en una comunidad de pluscuamperfectos, sino en una comunidad de seres humanos imperfectos, que están dispuestos a aguantarse, a aceptarse con sus defectos y a ayudarse para superarlos. Éste es el verdadero meollo del cristianismo.

    Ya hemos dicho muchas veces que el ideal de perfección griego que nos han vendido como cristiano, no tiene nada de evangélico, y además, nos mete por un callejón sin salida.

    No cabe duda que esta parábola refleja un cierto maniqueísmo. Se da por supuesto que Dios es bueno, pero tiene un enemigo que le hace la contra.

    El dualismo, que es la base de la interpretación occidental de la realidad, nos impide comprender el evangelio, que nos está hablando siempre de la “no dualidad”. La única manera de superar el dualismo es caer en la cuenta de que el mal no tiene entidad propia, es sólo carencia de bien.

Porque tengo carencias, puedo progresar.

    Decía la primera lectura: “el justo debe ser humano”. Nuestra religión se preocupa de que seamos más justos. Lo de ser más humanos le trae al fresco.

    No tendremos ningún éxito contra el mal moral si no descubrimos su naturaleza precisa. La definición de pecado, que todos hemos aprendido, es una contradicción en los términos. Si hay pleno conocimiento de que una cosa es mala para mí, no puede haber adhesión de la voluntad. La voluntad no puede ser movida más que por el bien.

    La “malicia” de una actitud humana no podemos encontrarla, en última instancia, en la voluntad, sino en el entendimiento. El mal es siempre fruto de una ignorancia.

    Sólo con un mejor conocimiento, podremos luchar contra el mal. Sólo cuando descubramos que mis actitudes me hacen daño a mí y me deterioran como ser humano, estaré dispuesto a cambiarlas. Aquí está la razón de nuestro estrepitoso fracaso en la lucha contra el “pecado”.

    Pero también podemos encontrar en esta sencilla explicación, la razón del mensaje que encierra la parábola. Nuestro conocimiento siempre será limitado, por lo tanto es imposible que un ser humano conozca perfectamente la razón de mal de todas sus acciones.

    Es más, en muchas ocasiones es imposible saber de antemano si algo nos hace bien o nos hace daño. Sólo después de una experiencia podremos estar seguros de que algo es bueno o malo para mí.

    Lo nefasto para cualquier ser humano no es fallar, sino el no aprender de los errores. Bien entendido que también tenemos capacidad de aprender de los aciertos o errores de los demás. Ésta sería la clave del progreso humano también en el orden religioso.

    El mal, entendido como limitación no es una anormalidad que tenga que venir de fuera. Es la consecuencia inevitable de nuestra condición de criaturas. Lo anormal sería una persona perfecta. No sería un ser humano.

    Potenciar el sentimiento de culpa no es la mejor manera de ayudar a crecer. En cada uno de nosotros se encuentra simultáneamente el trigo y la cizaña. ¿Es tan difícil darse cuenta de esto? Si lo tuviéramos en cuenta, ¿quién se atrevería a señalar al otro como cizaña?

    Recordad aquella frase de Jesús: "Cómo puedes decirle a tu hermano, deja que te saque la mota del ojo, teniendo una viga en el tuyo".

    En todos los tiempos se ha esperado una acción espectacular por parte de Dios para imponer su Reino. Esa actitud utópica impide descubrir su presencia, que está actuando en todo momento, pero de modo escondido.

    La noticia está siempre en lo espectacular, por eso el Reino no es noticia. Lo cotidiano, lo sencillo no tiene ningún valor para los medios de comunicación.

    Esto lleva a la frustración a todo el que no puede presentar una hoja de servicios espectacular. Mucha gente no tiene ninguna estima de sí mismo porque su vida es ordinaria. Ha caído en la trampa de la valoración mundana.

    Cuando Jesús nos quiere decir quién es Dios, nos habla de las cosas más sencillas. Si queremos descubrir un verdadero ser humano, tenemos que analizar su manera de ser en las cosas más simples.

    Y, si resultara que el mal no existe, ¿dónde estaría el problema? Es curioso que en la Biblia, después del relato de la creación, después de haber creado, incluso al hombre, dice el texto: “...y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno”. La manera de ver Dios la creación es muy distinta a la manera de verla el hombre. Esto podría ya hacernos sospechar que el mal no está en las cosas, sino en nuestra manera de verlas.

    Llamamos mal físico a una carencia que percibimos en un ser. Pero sería una carencia de algo que debía tener según la naturaleza de ese ser. No llamamos malo a un árbol porque no tenga ojos, ni llamamos malo a un perro porque no tenga inteligencia. Pero, si un perro no tiene ojos, efectivamente sería un perro malo.

    Comprender esto, es un paso muy importante. El mal es una carencia de una perfección debida. No tiene entidad propia, hace referencia siempre a una ausencia de algo. Pero el ser que sufre la carencia es bueno. Siempre que hablamos de mal, damos por supuesto que hay un ser, que lo hace posible.

    El hecho de que la creación no sea estática, sino dinámica, exige la posibilidad de perfeccionarse. Pero al quedar abierta esa capacidad, se abre también la capacidad de deteriorarse. Un individuo deteriorado es tan natural como un individuo más perfecto.

    Esto nos obliga a situar el problema del mal allí donde se encuentra: la carencia de perfección de las cosas. Pero resulta que esa carencia, no sólo no es un problema, sino que es la condición indispensable para que las cosas puedan existir. Si Dios creara algo sin ninguna limitación, no crearía nada porque lo creado sería Él mismo.

    También lo que llamamos “mal moral” es consecuencia de una limitación. Esa limitación no me impide SER, pero me obliga a buscar mi perfección dentro de un margen. El ser humano no es malo, es limitado. Por intentar ser más de lo que es, deja de ser lo que puede ser.

    La capacidad de orientar nuestras actitudes a un fin último bueno, está limitada por nuestro conocimiento imperfecto. Mi conocimiento limitado me lleva a elegir lo malo creyendo que es bueno.

    No se necesita apelar a ningún pecado original, ni a ninguna maldad de la voluntad, mucho menos a un demonio que me tiente. Es simplemente una equivocación del entendimiento que presenta a la voluntad algo malo, como bueno.

 

Meditación-contemplación

¡Dejadlos crecer juntos!
Nunca hemos estado dispuestos a seguir esta intuición genial.
Dar libertad al otro, más allá de mis convicciones,
es mucho más de lo que nuestro individualismo puede soportar.

……………………….

Dios no me ama a mí porque soy bueno,
sino porque Él es amor en sí mismo.
De la misma manera, el amor que nos pide Jesús
no debe depender de lo que el otro sea.

…………….

Si te empeñas en arrancar la cizaña,
estás demostrando que no eres trigo limpio.
Como criatura, también la cizaña espera ser liberada.
Sólo siendo tú trigo más limpio, salvarás también la cizaña.