Tiempo Ordinario_10

PARA JESÚS FUE MÁS IMPORTANTE LA FAMILIA DE DIOS QUE SU FAMILIA

(Descargar)

Del santo evangelio según san Juan 19, 31-37

    En aquel tiempo, los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
    El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron».

 

Es frecuente en el evangelio de Marcos hacer relatos encerrados en otro relato. En este caso el acusarlo de poseído por Belcebú está colocado dentro de un episodio, más bien desagradable con sus familiares. No fue un hecho puntual ni anecdótico. Este enfrentamiento familiar se manifiesta de muchas maneras en los evangelios y debemos tenerlo en cuenta si queremos acercarnos a los hechos reales. No es ningún desdoro para ellos, porque lo que intentaban era evitar su marginación y un fatal desenlace.

El relato sobre el enfrentamiento de su familia tiene muchas posibilidades de ser histórico porque a nadie se le hubiera ocurrido añadir por su cuenta esta oposición de su familia a la predicación de Jesús. Encontramos en los evangelios otros claros indicios de que su familia se opuso a que Jesús sacara los pies del tiesto y se pusiera a predicar abandonando su estado social. Lo que su familia buscaba era que Jesús se acomodara a la manera normal de pertenecer a una familia, actuando como uno más de sus miembros.

Casi nunca se trata el tema de la relación de Jesús con su familia, porque plantea serios problemas. No encaja con el concepto que nos hemos hecho de la sagrada familia. Si somos capaces de superar los prejuicios, veremos como normal que incluso su madre se preocupara de las andanzas de Jesús que no podían acarrearle nada bueno. En los evangelios se ve con toda claridad el conflicto que Jesús tuvo con sus parientes; y eso a pesar de las matizaciones que hacen y la delicadeza con que tratan el tema.

A los doce años nos cuentan el primer problema; se queda en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. En su pueblo, les echa en cara su falta de confianza: "solo desprecian a un profeta en su pueblo y entre sus parientes”. Su familia quiere apartarlo de la vida pública porque considera que esa manera de actuar es una locura. El tiempo les dio la razón. Ellos no tenían capacidad para comprender desde qué perspectiva actuaba Jesús. Desde su punto de vista humano, puramente humano, era lógico que su familia se preocupara por las acciones de Jesús que ponían en peligro su honor y su vida.

Este relato deja muy claro que todo lo que habían dicho Mateo y Lucas sobre la infancia de Jesús eran elucubraciones piadosas. Si hubieran tenido algún fundamento histórico, su madre y familiares hubieran aceptado desde el primer momento todo lo que Jesús hacía y enseñaba. Lo que hicieron su madre y sus hermanos (parece que José había muerto) fue cumplir con su obligación de preocuparse del futuro de la familia y de Jesús, evitándole una catástrofe como la que terminó sucediendo con su persecución y muerte.

Debemos dejar muy claro que esta actitud de la familia de Jesús lo que pretendía era salvar su honor. El honor era el principal valor de una familia, sin él no había posibilidad ninguna de mantener relaciones dignas con los demás. Por esta razón, la principal obligación de todo miembro de la familia era velar por ese honor familiar. Lo que veían los familiares de Jesús era que estaba poniendo en riesgo ese honor y por lo tanto había que hacer todo lo que estuviera en sus manos para evitar la catástrofe. Jesús ya había dado muestras suficientes de que le interesaba más el reino de Dios que su familia.

A pesar de todo Jesús sigue adelante en su empeño de comunicar a los demás su experiencia de Dios, a años luz de la de su religión. Esta postura de Jesús puede ilustrar el tema del desapego de su familia. Jesús no se conforma con lo que le enseñan de Dios, quiso ir más allá en el descubrimiento de lo que Dios es para el hombre y el hombre para Dios y para los demás. Se abre al Espíritu. No tiene inconveniente en cuestionarse hasta las verdades más sagradas. ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

Esta enseñanza supone una cristología muy elaborada que supone una larga andadura de la comunidad. Desde muy pronto comenzaron a llamarse hermanos, lo que denota una conciencia de familia espiritual con lazos más fuertes que los de cualquier familia carnal. Con ello quería expresar su convicción de que sentirse unidos por lazos espirituales les daba mayor seguridad que los lazos puramente biológicos. De hecho, muchos cristianos tuvieron que elegir entre su familia y la pertenencia a la nueva comunidad.

Acusarle de endemoniado tiene mucho que ver con la locura de que le acusa su familia. En aquella época, toda enfermedad se creía que estaba causada por espíritus diabólicos. Tal vez esta idea es la que une el tema del endemoniado con el de su familia. En ambos casos se da por supuesto que Jesús está fuera de sí y que no actúa desde la libertad de una persona normal. Ni unos ni otros fueron capaces de admitir que Jesús no era una persona normal, pero no porque era menos, sino porque sobrepasaba toda expectativa.

No es fácil concretar lo que en el texto quiere decir ‘pecado contra el Espíritu Santo’. Podría referirse a estar cerrados a toda posible novedad, por miedo a lo nuevo o por creernos en la posesión de la verdad absoluta. La mente rechaza espontáneamente todo aquello que no encaja con lo que ya tiene adquirido. Es un mecanismo de defensa automático que le da seguridad. Podríamos recordar el dicho castellano: el que no se arriesga no pasa la mar. O aquel otro oriental que me habéis oído tantas veces: El que se empeña en cerrar la puerta a todos los errores, dejará inevitablemente fuera la verdad.

Siempre que nos aferramos a una verdad, dándole valor absoluto, estamos pecando contra el Espíritu Santo que siempre empuja hacia delante. La Verdad es inalcanzable para nuestra mente, por eso debemos estar siempre abiertos a ir más allá de la verdad que ya tenemos, por muy seguros que estemos de ella. Tampoco podemos apelar a la revelación para defender una verdad, porque ni el mismo Dios puede actuar por encima de nuestras limitaciones. La Verdad no puede ser formulada con nuestros conceptos racionales.

Nos ha tocado vivir una época de cambios drásticos en todos los órdenes, sobre todo en el orden de las verdades trascendentes. Estamos constatando que verdades que creíamos absolutas se están desvaneciendo como un azucarillo en un vaso de agua. Hace falta tener una gran valentía para superar las seguridades y abrirnos a lo que nos deja más a la intemperie. El principal reto de nuestro tiempo es aprender a vivir en constante búsqueda sin pretender tenerlo todo atado y bien atado como pretende la religión.

La verdadera salvación sólo puede venir por el camino del conocimiento. En la medida que tengamos conocimiento de lo que es bueno para nosotros, seremos capaces de actuar en consecuencia. No olvidemos la frase capital del evangelio: la verdad os hará libres. Solo la verdad tiene capacidad de liberar y de salvar del error y por lo tanto del pecado. Estar abiertos a la verdad es estar abiertos al Espíri­tu y viceversa.