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Evangelio según san Mateo 16, 13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».
Hay constancia de que ya en el s IV, se celebraba una fiesta en honor de S. Pedro y S. Pablo. No es fácil descubrir las razones que llevaron a aquellos primeros cristianos a unir en una misma celebración litúrgica, dos figuras tan contrarias. Lo más probable es que fuese por haber sido martirizados los dos en Roma en la persecución de Nerón y casi al mismo tiempo. También pudo deberse a que sus sepulturas estuvieron juntas durante mucho tiempo. Pero es probable que ya los primeros cristianos descubrieran la complementariedad de las dos figuras.
A Pedro y Pablo se les ha considerado, desde siempre, como las columnas de la Iglesia. Esto puede ser cierto si consideramos a la Iglesia sólo como una institución. En el caso de Pablo es tan evidente que algunos exegetas han llegado a decir que no debíamos llamar a nuestra religión “cristianismo”, sino “paulinismo”.
Este hecho condiciona nuestra reflexión en la fiesta que hoy (por caer en domingo) celebramos con toda solemnidad. No es un día para comentar el evangelio más discutido entre los exegetas. Tampoco tiene mucho sentido hablar del papado actual, que tiene muy poco que ver con lo que vivieron los dos apóstoles.
Vamos a reflexionar sobre la figura de estos dos hombres y a tratar de descubrir el proceso interno que les llevó a desplegar una actividad tan decisiva para la marcha del primer cristianismo.
Pedro es la figura más destacada en todo el NT. Su nombre aparece 182 veces. Aún así sabemos muy poco de su vida anterior al seguimiento.
Por el contrario, Pablo es la persona mejor documentada. Es el único apóstol del que podemos hacer una biografía casi completa. Aunque se presenta como hecho fundamental de su vida la misteriosa caída del caballo, la realidad seguramente, fue mucho más prosaica. Después de estar muchos años “dando coces contra el aguijón”, un buen día “cayó del burro”.
En contra de lo que se dice con frecuencia, su conversión no consistió en ningún cambio fundamental de su trayectoria. Simplemente pasó de ser un fanático fariseo a ser un fanático seguidor de Cristo. El contacto directo con los cristianos a los que perseguía a muerte, le llevó a descubrir la verdad que se encerraba en el Cristo del que tenía que oír hablar a todas horas.
Lo primero que nos enseñan estos dos personajes, es que no es nada fácil aceptar el mensaje de Jesús. Precisamente los dos fueron los más reacios, cada uno a su manera, a la hora de dar el paso y aceptar el verdadero Jesús.
Pedro, con toda espontaneidad, no pierde ocasión de manifestar su oposición a lo que decía el Maestro. Por ejemplo: se niega a aceptar la idea de un Jesús que tiene que ir a la muerte, lo cual le merecen las palabras más duras que Jesús dirige a una persona en todo el evangelio; "Retírate de mi vista Satanás, que me haces tropezar”.
En la Cena se significa también por su oposición a que su “jefe” le lave los pies. Un poco más tarde, en el momento más difícil para Jesús, le niega tres veces, que quiere decir que le niega absolutamente, sin paliativos.
Pablo fue un fanático de la defensa de su religión. Por defender el judaísmo se convirtió en perseguidor de todos aquellos que seguían a Jesús, hasta que un día se dio cuenta de lo que Jesús significaba.
También su formación personal fue completamente diferente. Pedro era simplemente un pescador, sin ninguna preparación, pero testarudo y sincero. Pablo era un intelectual. Había pasado por la universidad, que entonces era el estudio de la Ley. Uno con su sencillez y espontaneidad y el otro con su agudeza intelectual, construyen la única Iglesia, como nos dice el prefacio de la liturgia de hoy.
Esa dificultad que tuvieron Pedro y Pablo para seguir a Jesús, puede ser de mucha ayuda para nosotros hoy. Pedro, antes de la experiencia pascual, siguió a un Jesús acomodado a sus ideales e intereses de buen judío. Pablo, antes de la caída del caballo servía al Dios del AT que estaba a años luz del Dios de Jesús.
La dificultad para aceptar la figura de Jesús, hace más creíble la adhesión total a su persona. No sirve de nada seguir a Jesús sin haberle conocido bien. Sólo después de haber superado la prueba de nuestros prejuicios, estaremos preparados para orientar a los demás en el mismo seguimiento que nos salva a nosotros
La inmensa mayoría de los cristianos ni siquiera nos hemos planteado la dificultad de seguir a Jesús, seguimos a Jesús sin pena ni gloria, sin haber descubierto el profundo significado de su persona. No nos hemos enterado de lo que significa el Dios de Jesús, y por lo tanto, nuestro seguimiento es artificial.
Cualquier persona que intente hoy seguir seriamente a Jesús, se encontrará con las mismas dificultades que tuvieron todos los apóstoles, pero sobre todo estos dos. Todavía se puede adivinar en los evangelios la dificultad que tuvieron para pasar del conocimiento de Jesús, a la vivencia personal de todo lo que predicó.
Sería muy interesante descubrir que sólo desde la vivencia personal se puede uno lanzar a la tarea de comunicar una fe. Esto explica por qué un puñado de personas fueron capaces de trasformar el mundo conocido en muy pocas generaciones, y sin embargo nosotros, siendo cerca de dos mil millones, convencemos cada vez menos y estamos en franca recesión.
Querer enseñar la religión como se enseñan las matemáticas es un desvarío. Por más información que reciba sobre Cristo y la Iglesia; por más normas morales y ritos que aprenda y practique, si nadie me invita con su vida a vivir lo aprendido, todo se quedará en una programación que en nada me enriquece.
Religión significa relación con Dios; pero esa relación sólo se puede conseguir a través del ser. Dios sólo llega a nosotros a través de lo hondo de mi propio ser. Si viene a mí por otro camino, ese Dios es falso.
La misma idea de una clase de religión, es una contradicción en los términos. La información sobre una religión, no tiene nada que ver con el ser religioso. Algunos padres dan por supuesto que el secreto para que sus hijos sean religiosos está en elegir un buen colegio confesional. Si ellos no son auténticos en su religiosidad, el fracaso está asegurado.
Los ritos y ceremonias que practico por obligación o por rutina, no cambian nada de mi ser porque son simples programaciones externas. Lo mismo las normas morales que cumplo, aunque sea estrictamente, no me enriquecen porque no son más que respuestas automáticas a un disquete que me han colocado.
Las normas, las cumplían los fariseos del tiempo de Jesús, mil veces mejor que nosotros. Los ritos y las ceremonias las realizaban los sacerdotes de su tiempo, mucho mejor que nosotros. Sin embargo, a ellos les dijo Jesús: Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios. ¿Por qué?
Todos tenemos que pasar por el proceso de maduración que pasaron Pedro y Pablo. Del aprendizaje de una doctrina a la vivencia hay un gran trecho que todo cristiano debe haber recorrido. Sin ese paso la fe se convierte en pura teoría que ni nos salva ni nos permite ayudar a los demás a salvarse. Tal vez esté aquí la causa de nuestro fracaso a la hora de trasmitir lo que llamamos nuestra religión.
El paso de la creencia a la vivencia es una tarea que dura toda la vida. Nunca terminamos de dar el paso, porque nos encontramos más a gusto con las seguridades que nos da nuestro Dios fabricado a medida, que la total confianza en el Dios de Jesús que es cosa muy distinta.
Tanto Pedro como Pablo eran personas muy religiosas que se encontraban tan a gusto dentro de su judaísmo. Fue el contacto con Jesús, el que desbarató esa seguridad y les hizo entrar en la dinámica de una auténtica relación con ese Dios que es amor.
Meditación-contemplación
Pedro y Pablo nos enseñan que la fe es un largo proceso.
Todos debemos pasar de la creencia a la fe.
Es un paso sutil,
que sólo se puede dar a través de la vivencia.
Sin ese paso no hay religiosidad, sino sólo programación.
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No basta con aceptar unas doctrinas.
No es suficiente el cumplimiento de unas normas morales.
No puede salvar la celebración de unos ritos.
Todo eso tendrá sentido, en la medida que lo convierta en vida.
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Es imprescindible una formación religiosa.
Pero si no aprendo a vivir lo que me han enseñado,
esos conocimientos no me llevarán a la plenitud humana.
Sólo la vivencia interior transformará mi ser
y se manifestará en mis acciones.
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