EL AMOR SÓLO SE DA ENTRE IGUALES
NO ES DAR LO QUE YA NO QUIERES
Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que
Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de
ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál
es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente".
Este mandamiento es el principal y primero.
El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo."
Estos dos mandamientos sostienen toda la Ley
y los Profetas».
CONTEXTO
La pregunta sobre el tributo al Cesar se la hicieron los fariseos y herodianos. A continuación, narra Mateo otra pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no creían. Quieren ridiculizar la creencia en otra vida con el supuesto de siete hermanos que estuvieron casados con la misma mujer. Jesús desbarata sus argumentos. Por eso, a continuación, el texto de hoy dice: “Al oír que había hecho callar a los saduceos”, los fariseos vuelven a la carga: ¿Cuál es el primer mandamiento?
EXPLICACIÓN
La pregunta no era tan sencilla, como nos puede parecer a nosotros hoy, porque la mayoría de los juristas consideraba que todos los mandamientos tenían la misma importancia y obligatoriedad. Otros defendían que guardar el sábado era la primera obligación de todo israelita. También había quien defendía el amor al prójimo como el principal.
A nadie se le había ocurrido que el principal mandamiento, eran dos. En Mateo y en Marcos, Jesús responde recitando la “shemá” (escucha), que todo israelita piadoso recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9); pero añaden una referencia al (Lev 19,18) que prescribe amar al prójimo como a ti mismo.
En Lucas, Jesús le dice al letrado: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”, y es el maestro de la Ley el que responde exactamente lo mismo.
La originalidad de Jesús es doble. Por una parte el haber unido los dos mandamientos y por otra el ampliar el concepto de prójimo. En el primer caso no se trata sólo de una yuxtaposición o de una equiparación. Se trata de una identificación en toda regla.
Juan, que escribe veinte años más tarde que los sinópticos, lo tiene mucho más claro. Jesús da un solo mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros” (Jn 13,34). Esta es la novedad de Jesús. Es el mandamiento nuevo, por oposición al mandamiento antiguo, la Ley.
Queda establecida la diferencia entre las dos alianzas. En el Antiguo Testamento Dios hace un pacto y exige que se cumpla externamente, (Ley, moralidad). Cuando Moisés proclamó los diez mandamientos, lo hizo pensando en preservar al grupo de su destrucción. Un Dios que aglutine la comunidad y unos preceptos que impidan que los individuos se destruyan unos a otros; no matarás, no robarás, no adulterarás, etc.
El valor del individuo es un descubrimiento de Jesús. Hasta entonces el individuo no contaba más que como perteneciente e integrado en el grupo. Desde esa perspectiva, lo único que interesaba era las manifestaciones del amor, no el amor mismo. De ese modo el amor podía ser un precepto, una obligación.
El amor que exige Jesús, no se alcanza con el cumplimiento de un precepto. En Jesús no se trata de una ley, sino de una respuesta a lo que Dios es. “Un amor que responde a su amor” (Jn 1,16). El amor que pide Jesús tiene que surgir desde lo hondo de la persona, no imponerse desde fuera. Se trata de manifestar hacia fuera, lo que es Dios en lo hondo de mi ser.
El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús de manera sustancial. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y a lo sumo el prosélito. El cristianismo universaliza el sentido de la palabra y engloba en ella a todos los seres humanos. Esto impide el aceptar una identidad entre el judaísmo y el cristianismo a pesar de las apariencias.
Jesús no pide nada ni para él ni para Dios. No propone como primer mandamiento ni amar a Dios, ni el amor a él mismo. Dios es don total y no pide nada a cambio. Ni él necesita nada de nosotros, ni nosotros le podemos dar nada. Se trata de aceptar el dinamismo de Dios que a través nuestro tiene que llegar a todos. La exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre.
Cuando seguimos proponiendo los mandamientos de la “Ley de Dios” como marco para la vida de la comunidad, es que no hemos entendido o aceptado el mensaje de Jesús. S. Agustín lo entendió muy bien cuando dijo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero Pablo lo había dicho con la misma claridad: “Quien ama ha cumplido el resto de la Ley”.
No se trata de una nueva ley, sino de hacer inútil toda ley, toda norma, todo precepto. Descubierto el amor, todo lo demás sobra. Toda religión, toda teología, toda filosofía, toda ciencia, tiene que ir encaminada a ese descubrimiento: el hombre llega a su plenitud sólo a través del amor.
El “como a ti mismo” necesitaría un comentario más extenso. Únicamente diré, que el amor sólo se puede dar entre iguales. Si considero inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. ¿A dónde se van todas nuestras “caridades”? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡Y pensar que creo hacer un acto de caridad cuando doy al mendigo la ropa vieja que ya no voy a utilizar!
APLICACIÓN
Una vez más tenemos que resaltar la imposibilidad de aceptar el mensaje de Jesús sin abandonar la idea de Dios del Antiguo Testamento. Esta es la trampa en la que cayeron los primeros cristianos que eran todos judíos. Aquí está, también, la clave para entender tantas aparentes contradicciones en los evangelios.
Lo que pide Jesús es más de lo que puede dar cualquier institución. La excesiva fidelidad a la institución, impide el alcanzar el mandamiento nuevo. Por eso Jesús criticó tan duramente las instituciones religiosas de su tiempo (Templo, Ley, culto); se habían convertido en un obstáculo para llegar al hombre.
El amor consiste en la capacidad que tiene un ser de salir de sí e ir al otro para enriquecerle como persona.
A Dios no se le puede amar directamente ni mucho ni poco, porque no le podemos conocer. Dios no es un sujeto con el que me pueda encontrar. No es nada distinto de mí o de la creación. No está en el cielo ni en ninguna otra parte. Amar a Dios no es hacer algo por Él, sino dejar que Él, que es amor, te encuentre.
Demostraré que estoy abierto al Amor que es Dios, si amo a los demás. Si dejo de amar a una sola persona, puedo estar seguro de que lo que me mueve no es el amor, sino el egoísmo, el instinto, la pasión, el interés o la simple programación. El amor no puede ser un precepto. Sus manifestaciones, sí. El peligro está en confundir el amor con alguna de sus manifestaciones.
No responde a necesidades concretas de algún aspecto de mi ser, sino que acontece en la profundidad del ser, incluyendo todos sus aspectos. Es el único camino de un crecimiento armónico del ser, impidiendo que el interés de una parte del mismo, se imponga y arrastre a todo el ser, malográndolo (egoísmo, hedonismo).
El superar el egoísmo no significa una renuncia sino un acopio de humanidad. No suprime ninguno de los aspectos de nuestra humanidad, sino que los colma y les da su verdadero sentido. Mientras no descubra esto, mi amor será puramente teórico y programático, no me enriquece, como persona.
El amor no es algo que se pueda conseguir directamente, sino una consecuencia del conocimiento. Los escolásticos decían: “no se puede amar nada si antes no se conoce”. Pero debe quedar muy claro, que de un conocimiento sensitivo o racional nace el egoísmo. Las conclusiones de un razonamiento serán siempre egoístas. Sólo de un conocimiento vivencial (experiencia) puede nacer el verdadero amor.
El verdadero motivo del amor no es que se enriquece al ser amado a costa del que ama; ese planteamiento no puede funcionar. Tengo que descubrir que soy yo el que me enriquezco al amar. El problema está en que ese enriquecimiento se produce en mi verdadero ser, y eso no nos interesa demasiado.
El mayor peligro a la hora de comprender el amor es que lo confundimos con el deseo de que el otro me quiera. El deseo de que otro me ame es instintivo y no va más allá del interés egoísta. El “quiero que me quieras” no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús.
Lo que más aterroriza a un niño es el miedo a que sus padres dejen de quererle. A las personas mayores les obsesiona el miedo a ser un estorbo para sus hijos. Cuando un matrimonio se separa, comienza una carrera contra reloj para conseguir que los hijos les quieran más que al otro y no tienen inconveniente ninguno en conseguirlo apartando al niño del amor al otro.
Puede producirse un equilibrio de intereses cuando dos personas están en la misma actitud de querer que le quieran. Puede mantenerse incluso ese equilibrio durante toda una vida. Aún así, esas personas morirán sin saber lo que es el verdadero amor.
Todos partimos del error de creer que podemos amar a Dios y no amar al prójimo; o peor aún que amamos a un prójimo mucho y a otro poco o nada. Nada más lejos de la realidad. El amor es uno solo porque es una actitud personal. El amor queda especificado en la persona que ama, no por la persona a la que llega.
Tiene que existir antes de manifestarse. Lo que llega a los demás, son sólo las manifestaciones de ese amor. La actitud vital es única en cada persona, aunque se manifieste de distinta manera según sea el objeto del amor. A mi padre o madre le manifiesto el amor de una manera, a mi hijo de otra, etc.
Meditación-contemplación
El
verdadero amor y nada más que amor.
Esa
es la meta de todo ser humano.
Esa
debe de ser tu meta.
La
gran noticia que Jesús nos aportó,
es
que puedes llegar a esa identificación con lo que Dios es.
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Si
estás en la disyuntiva “quiero pero no puedo”
es
que no has recorrido el camino adecuado.
El
amor que Jesús nos pide es fruto de un descubrimiento,
que
sólo puedes hacer viajando hacia tu interior.
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El
conocimiento que te llevará al amor, no es discursivo.
La
razón siempre considerará un disparate ese Amor,
porque
su objetivo es la vida con minúscula.
Más
allá de lo razonable, tú puedes descubrir la Vida.
La
VIDA de Dios que está en ti y está en todas las cosas.
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