EL CONCEPTO “VIDA” APLICADO A DIOS ES UNA METÁFORA
Lectura del santo evangelio según san Juan 6,51-59
En aquel tiempo, dijo Jesús a
la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo
modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre.»
El evangelio de hoy, no solo es continuación del domingo pasado, sino que se repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy. Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno el camino de su ego.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo o cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no carne física separada. Para un judío, la idea de comer la carne de otro era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro.
Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús no suaviza su propuesta, la hace aún más dura. Si era inaceptable el comer la carne, para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios, con prohibición absoluta de comerla. Jesús les pone como condición indispensable para seguirle que coman su carne y beban su sangre. Juan insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía y de su misma vida.
En este capítulo se habla de sarx “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Nosotros confundimos los dos términos, pero para los judíos eran cosas muy diferentes. Carne es el aspecto más bajo del hombre, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerse o empobrecerse en sus relaciones con los demás.
Al entender “cuerpo” como la parte física, hemos tergiversado la comprensión de la eucaristía. Para ser fieles al relato evangélico, tendríamos que traducir: “esto en mi persona, esto soy yo”. Sin olvidar, que lo esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, eucaristizado, partido y repartido. Después de eso, Jesús queda identificado con ese pan, que se parte y reparte.
Al hablar de “carne”, Juan está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte mas terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. Tenemos que imitar lo que él es en la carne pero gracias al Espíritu. Está pensando en el significado más profundo de la encarnación, a la que Juan da tanta importancia.
Cuerpo y sangre son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a la vida. Cuando la sangre se escapa, la vida también desaparece. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona y de su vida. La prueba de que está hablando de símbolos y no de una realidad concreta está unas líneas más abajo: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”.
El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo, digerirlo, asimilarlo, apropiarnos de su sustancia. Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Solo así haremos nuestra la Vida de Dios. Lo que Jesús les dice es precisamente lo que hiere su sensibilidad. No se trata de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA de Dios.
Por activa y por
pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El
que come mi carne... tiene vida definitiva. Si no coméis la carne... no
tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando,
descubriremos lo que significa: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan una Vida que no es la
biológica. Esto fue difícil de aceptar para ellos y sigue siendo inaceptable
para nosotros. A continuación lo explica un poco mejor.
El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Cuando nos
referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición,
“yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”, pero olvidamos la primera. Pero resulta
que lo primero y más importante es que “yo esté en él”. De nosotros depende
hacernos como Jesús pan partido para dejar que nos coman. Acostumbramos a
considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos
cuenta que en la vida espiritual no hay automatismo.
Como a mí me
envió el Padre que vive y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come
vivirá por mí. Una vez más hace referencia al Padre. El designio de Dios es comunicar Vida
a Jesús y a nosotros. La actitud del que se adhiere a Jesús debe ser la misma
que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicarla a los demás. Al
hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. Cuando Jesús
dijo: “Yo y el Padre somos uno”, está diciendo cuál es la meta de todo ser
humano: Esa identificación con Dios.
Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que no acababan de aceptar el significado de Jesús. Al evangelista, lo que le interesa es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná.
La eucaristía, el discurso del pan de vida y el lavatorio de los pies, están conectados, pero cada uno tiene un matiz diferente que ayuda a entender la realidad a la que hacen referencia. La eucaristía resalta el aspecto de entregarse a los demás. El discurso del pan de vida acentúa la necesidad de descubrir ese alimento en la carne, en lo perceptible de Jesús. En el lavatorio de los pies se resalta el aspecto de servicio a los demás. Lavar los pies era una tarea de esclavos. La diaconía es la clave para entender la nueva comunidad.
Meditación
Una misma Vida atraviesa a Dios, a Jesús y a todo ser
humano.
No son vidas distintas que se suceden, sino la misma y única VIDA
Nuestra tarea es nacer a esa Vida que se nos ofrece gratuitamente.
Para ello tengo que morir al egoísmo y a la individualidad.